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Written in 2004.

Novela de instrucción sobre el manejo de cosas blandas.

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LITERARY REVIEW BY MOST ADMIRED BEARDED WRITER LUIS CHITARRONI:

Orfeo Blaumont inicia su viaje ceremonial en la literatura argentina como si no supiera nada de ella y, por lo tanto, no tuviera dónde ir. Vaya si sabe. Es como el Profesor Landormy de Arturo Cancela, uno de esos ejemplares que mejor entienden cuanto más ignoran. Pertenece a la fauna funámbula que cruza el territorio de la adversidad con los ojos cerrados, caminando por una delgadísima línea de fiebre como si lo hiciera sobre un hilo de voz.

Imitándolo, Candelaria Saenz Valiente ha cerrado los ojos a toda una tradición para demostrarnos que hay otras. Se ha salteado la propia para verificar, con un aire desafiante que jamás pierde el aplomo ni los buenos modales, que la literatura no debe obediencia alguna a las tendencias del mercado ni de la vida universitaria.
Así, su libro es una colección de aventuras, intrigas con y sin desenlace, una galería de personajes y una especie de jardín de senderos que se bifurcan de promesas. Cada una de esas promesas florecerá en un relato futuro, porque no es la juventud de la autora ni su inocencia la que promete. Es su extraña sabiduría de costurera de peripecias, una sabiduría para la que parece haber nacido adulta para engañarnos todo el tiempo con la bella paradoja de su apariencia. En eso, Orfeo Blaumont, que por momentos parece más cercano a Maturin y a Firbank que a Lewis Carroll o Edward Lear, sigue los pasos de otra niña sabia, Daisy Ashford, de precocidad indignante, que antes de cumplir doce años había escrito e ilustrado su primera novela: Los jóvenes visitantes.
Pero dejemos la precocidad a la música y la matemática, esa hermandad con idioma propio, esa familia política con más fundamentos que nervios. La literatura es otra cosa. Y aunque la autora es música, y hace música también, no se ha privado de hacerla cuando escribe en prosa. Es una música extraña, de armonía recóndita, que resuelve en la cámara de nuestra memoria unos interrogantes que la realidad plantea sin elegancia. El arte rehúsa la definición, escribió Gerhardie. Orfeo Blaumont solicita un aprendizaje tan ajeno al que solemos ofrecer a los discípulos, que la autora emerge como una criatura asombrosa y anacrónica, nunca anticuada; mezcla insomne de formas que se desplazan y dan cabida a otras, igualmente imponentes e igualmente sinuosas, muy Aubrey Beardsley pero con un toque de Molina Campos.
En uno de sus libros, Robert Graves llega a la conclusión de que quien agremió a las musas cometió un error: no pueden ser nueve, habida cuenta de que la experiencia personal de Graves –excelente poeta, aparte de novelista– le ha deparado el trato de una o dos. Después de leer El Infierno de Orfeo Blaumont, un escritor con unos cuantos años encima puede confundirse y exigir que los cuatro puntos cardinales sean tres: el norte y el sur. Es el tipo de operaciones que precisamente no se resuelven en los talleres literarios. Es la matemática mañosa que permite también que una voz como la de Candelaria, tan propia y alejada de las otras voces del coro, emerja para sorprendernos.
Esta novela joven e irresistible, de registros inusitados e increíble humor, que vaga por la ficción sin olvidar jamás los arrabales de la vida, que sabe detenerse a tiempo e incluir personajes como Miranda Richardson, Peter Greenaway y David Callahan, parece obra de una autora con una indeterminada cantidad de musas alrededor, alguna de ellas parecida incluso a la autora. Borges consignó que la obra de un joven genio (se refería a Kipling, no a Rimbaud) puede ser emulada por un escritor maduro, que conoce los gajes del oficio (se refería a los cuentos de El informe de Brodie). Esta novela con una enorme ventaja –no se puede contar: contarla sería empezar a hacerlo exactamente como Candelaria lo hace– devuelve a los jóvenes la gracia, el don, y a los veteranos la antigua perplejidad. Invito a los presentes a participar del maravilloso festín altruista encerrado entre las tapas de El infierno de Orfeo Blaumont, donde los personajes eligen algunos días cambiar de nombre para que la vida los siga (Free your mind and your ass will follow, como solía decirse) y la literatura inglesa más elegante hace sonar en dialecto criollo sus tazas de té.

Luis Chitarroni